Sofía, la Ardilla Traviesa y el Tesoro de las Bellotas
En un parque colorido y alegre, lleno de árboles grandes y montones de hojas secas, vivía una ardilla muy especial. Se llamaba Sofía. Sofía era traviesa, rápida, y siempre estaba buscando nuevas aventuras entre las ramas y saltando de árbol en árbol.
El otoño había llegado, y el parque estaba cubierto de hojas rojas, amarillas y naranjas. Era la estación favorita de Sofía porque podía encontrar bellotas por todas partes. A Sofía le encantaban las bellotas, ¡eran su tesoro más valioso!
El salto de Sofía
Un día, Sofía se despertó muy temprano. Miró por la ventana de su casita en el árbol y vio que el parque brillaba bajo el sol de otoño. Salió saltando, feliz y cantando:
—¡Voy a buscar bellotas, voy a buscar bellotas!
Saltó de rama en rama, buscando entre las hojas. Pronto encontró una bellota grande y brillante. Después, halló otra más pequeña y una tercera de un color muy raro. Sofía llenó su bolsita y siguió buscando más y más.
—¡Hoy tendré la mayor colección de bellotas de todo el parque! —pensó muy contenta.
Los amigos de Sofía
En el parque también vivían otros animalitos: Pipo el conejito, Lila la tortuga y Nico el ratoncito. Todos jugaban juntos en el parque, pero ese día, Sofía estaba tan ocupada buscando bellotas que no fue a jugar con ellos.
Pipo la vio desde lejos y le gritó:
—¡Sofía! ¿Quieres venir a saltar conmigo?
Pero Sofía respondió:
—¡Después! Estoy buscando bellotas para mi colección.
Lila y Nico también la invitaron a jugar a las escondidas, pero Sofía solo pensaba en encontrar más y más bellotas.
El escondite secreto
Después de mucho buscar, Sofía tenía la bolsita llena. Quiso esconder su tesoro y encontró un hueco en un árbol cerca del lago. Allí metió todas sus bellotas, una a una. Miró su montaña de bellotas y se sintió muy feliz. Nadie más tenía tantas.
Un día frío y ventoso
Al día siguiente, el viento soplaba fuerte. Sofía salió del árbol y fue directo a su escondite, lista para comer sus bellotas favoritas. Pero, de pronto, escuchó unos sollozos.
Era Nico el ratoncito. Estaba debajo de un arbusto, temblando de frío.
—¿Qué te pasa, Nico? —preguntó Sofía.
—No encuentro comida. El viento voló mis granitos y tengo mucha hambre —contestó Nico con voz triste.
Sofía miró su bolsita de bellotas. Dudó un momento, pero luego sacó una bellota pequeña y se la dio a Nico.
—Toma, Nico. Puedes comer mi bellota —dijo Sofía, sonriendo.
Nico se la comió muy contento. Le dio las gracias y corrió a contarle a los demás lo que Sofía había hecho.
Compartiendo con los amigos
Al rato, Pipo y Lila fueron a ver a Sofía. Pipo tenía frío y Lila estaba cansada de buscar hojas para su casa porque el viento se las llevaba. Sofía pensó y pensó. Sabía que tenía muchas bellotas, muchas más de las que podía comer sola.
Entonces, invitó a todos sus amigos a su escondite secreto.
—Vengan, les quiero mostrar algo —dijo Sofía.
Llevó a sus amigos al árbol del lago y les enseñó su montaña de bellotas. Los ojos de Pipo, Lila y Nico brillaron de sorpresa.
—¡Cuántas bellotas! —dijo Pipo.
—¡Jamás vi tantas juntas! —exclamó Lila.
Sofía les sonrió. Cogió un puñado de bellotas y empezó a repartirlas:
—Pipo, toma estas para tu madriguera. Lila, lleva estas a tu casa. Nico, aquí tienes más para que nunca tengas hambre.
Los amigos estaban tan felices que abrazaron a Sofía y le dieron las gracias. Ahora todos tenían comida para pasar el otoño y el invierno.
Una gran fiesta de otoño
Esa tarde, los amigos organizaron una fiesta en el parque. Sofía, Pipo, Lila y Nico invitaron a todos los animales. Hicieron una mesa con hojas, pusieron las bellotas en platos y bailaron al ritmo del viento. Jugaron, rieron y compartieron cuentos bajo los árboles.
Sofía se dio cuenta de que, aunque tenía menos bellotas, su corazón se sentía mucho más grande y contento.
Lila le susurró:
—Gracias por compartir, Sofía. Ahora somos más felices.
Y Pipo agregó:
—Compartir es el mejor regalo, porque nos une como amigos.
Un parque más alegre
Desde ese día, Sofía siguió buscando bellotas cada mañana, pero ya no lo hacía sola. Siempre invitaba a sus amigos a ayudarse unos a otros. Aprendió que la verdadera alegría no está en tener mucho para uno, sino en compartir con los demás.
Y así, el parque fue un lugar más alegre y lleno de risas. Las hojas bailaban en el viento, las bellotas rodaban por el suelo y todos los animalitos sabían que, cuando alguien necesitaba algo, siempre podía contar con la generosidad de Sofía, la ardilla traviesa.
Moraleja:
Compartir con los amigos y ser generoso nos hace más felices y hace que todos tengan lo que necesitan.