Lina, la Ardilla Traviesa y la Gran Tarde en el Parque

Lina, la Ardilla Traviesa y la Gran Tarde en el Parque

Lina, la Ardilla Traviesa y la Gran Tarde en el Parque

En un parque alegre, lleno de árboles altos, caminos de flores y columpios que volaban hasta el cielo, vivía una ardilla traviesa llamada Lina. Lina tenía una cola esponjosa, ojos brillantes y una energía que nunca se acababa. Saltaba de rama en rama, corría por la hierba y todos los días inventaba alguna travesura nueva.

Pero Lina tenía una costumbre: le costaba mucho compartir. Cuando encontraba una bellota grande, la escondía rápido. Si encontraba una flor bonita, la guardaba solo para ella. Y cuando jugaba en el parque, muchas veces no quería prestar su columpio favorito.

Un parque lleno de amigos

En ese parque, no solo vivía Lina. Allí jugaban Paco el conejo, Mimi la tortuga, Tito el pájaro y Susi la ratona. Todos querían jugar juntos, pero sabían que, si Lina tenía un juguete o una fruta, era muy difícil que los invitara a compartir.

Un día soleado, mientras Lina trepaba al árbol más alto del parque, vio desde arriba los columpios reluciendo bajo el sol y a sus amigos jugando a la sombra. De repente, encontró una canasta llena de nueces y frutas junto al tronco.

—¡Qué suerte! —dijo Lina, y empezó a comer sola, guardando lo mejorcito en su escondite.

El juego de los columpios

Poco después, Susi la ratona propuso un nuevo juego: “¡Vamos todos al columpio más grande y juguemos a quién llega más alto!”

Todos aplaudieron la idea y corrieron a los columpios. Pero Lina llegó primero, se subió rápido y se balanceó sola, sin dejar que nadie más se subiera.

—¡Déjanos jugar contigo, Lina! —pidió Paco.

—¡Sí, es más divertido juntos! —dijo Tito.

Pero Lina no quería compartir su columpio favorito.

—¡No! Yo llegué primero —dijo Lina, mientras se columpiaba más y más alto.

Los demás se pusieron tristes y se sentaron a la sombra. Nadie quería jugar si no podían hacerlo juntos.

Una tarde solitaria

Lina jugó un rato más, pero pronto se sintió sola. Miró a sus amigos y vio que no estaban tan contentos como otras veces. Empezó a preguntarse si de verdad era tan divertido jugar sola.

Cansada, bajó de su columpio y fue a buscar su canasta de nueces para merendar. Pero, cuando llegó a su escondite, vio que una familia de pajaritos tenía hambre y miraba las frutas con ojitos tristes.

—¿Tienes algo para nosotros? —piaron los pajaritos.

Lina miró su canasta. Dudó un momento, pero luego se acordó de lo triste que se sintió al ver a sus amigos solos. Tomó unas nueces y algunas frutas y se las dio a los pajaritos.

—¡Gracias, Lina! —dijeron ellos felices.

Lina se sintió bien y su corazón se llenó de alegría.

El valor de compartir

Al volver con sus amigos, Lina pensó en lo que había pasado. Se acercó a Paco, Mimi, Tito y Susi y les dijo:

—Lo siento por no dejarles jugar conmigo ni darles de mis cosas. ¿Quieren venir a merendar juntos?

Los amigos sonrieron y aceptaron felices. Se sentaron bajo su árbol favorito y Lina sacó la canasta. Repartió nueces, manzanas y moras para todos. Rieron, contaron historias y se sintieron muy unidos.

Después de comer, Lina fue la primera en invitar a todos al columpio más grande. Se turnaron, se empujaron unos a otros y volaron tan alto que casi tocaron las ramas.

—¡Jugar juntos es mucho mejor! —gritó Tito, volando por encima de todos.

—¡Y la merienda sabe más rica cuando se comparte! —dijo Mimi, comiendo una mora.

Una sorpresa en el parque

Cuando el sol comenzó a bajar, los amigos quisieron dar las gracias a Lina por compartir y ser tan buena compañera. Tito le regaló una pluma brillante, Paco le dio una flor y Mimi le hizo un dibujo en la arena con su caparazón.

Lina sonrió y se sintió la ardilla más feliz del parque. Descubrió que compartir no solo hacía felices a los demás, sino también a ella misma.

—Gracias, amigos, por jugar conmigo y enseñarme lo bonito que es compartir —les dijo Lina.

Desde ese día, Lina nunca más jugó sola. Cuando encontraba una fruta o una flor, buscaba a quién podía regalarla. Si alguien quería su columpio, le dejaba el turno con una gran sonrisa. El parque se llenó de risas, meriendas y juegos compartidos, y todos querían estar cerca de la ardilla más generosa de todas.

Una tarde especial

Pasaron los días y Lina, la ardilla traviesa, organizó una gran fiesta en el parque. Invitó a todos los animales: grandes y pequeños, rápidos o lentos. Nadie se quedó fuera. Cada uno llevó algo para compartir: tortas de bellotas, jugo de hojas, tartas de manzana y muchas nueces más.

Jugaron al escondite, saltaron la cuerda, hicieron carreras de caracoles y, por supuesto, se columpiaron todos juntos, una y otra vez.

En el centro del parque, Lina puso una mesa grande. Ahí repartieron la comida, contaron historias y al final todos aplaudieron a Lina por su gran cambio.

—¡Gracias por compartir con todos, Lina! —dijeron a la vez.

Lina se sintió muy querida y supo que compartir era uno de los regalos más bonitos que podía dar.


Moraleja:

Compartir con los demás nos hace más felices y queridos. Cuando damos, recibimos amistad y alegría a cambio. ¡Juntos todo es mejor!