Tina, la Tortuga Exploradora en la Selva de los Colores
En una selva luminosa y colorida, donde los árboles tocaban el cielo y las flores parecían pinceles de arcoíris, vivía Tina, una tortuga exploradora. Tina tenía un caparazón verde brillante y unos ojos llenos de curiosidad. Le encantaba descubrir lugares nuevos y soñar con aventuras.
Tina era la más pequeña de su familia, pero también la más valiente. Cada día, al despertar, miraba el sol entre las hojas y pensaba:
—¡Hoy es un gran día para explorar!
El gran reto de Tina
Un día, Tina escuchó a los pájaros hablar sobre una flor dorada que crecía en el corazón de la selva. Decían que esa flor solo se abría para quienes no se rendían nunca. Tina decidió encontrarla.
—Será difícil —le advirtió su amiga Luli la mariposa—. Hay caminos largos y muchas ramas enredadas.
—No importa, Luli. Yo quiero intentarlo —dijo Tina con una sonrisa.
El viaje comienza
Tina empezó su viaje muy temprano. Caminó despacito, mirando cada rincón. A veces, se cruzaba con mariposas azules, ranas saltarinas y monos juguetones que la saludaban desde lo alto.
Pronto, Tina se encontró con una gran rama caída que bloqueaba el camino.
—¡Oh, no! —pensó—. ¿Cómo cruzaré?
Intentó empujar la rama, pero era muy pesada. Se sentó a pensar y, tras un rato, vio a unas hormigas que pasaban por debajo de la rama.
—¡Buena idea! —dijo Tina y, con paciencia, pasó también por debajo, muy despacio para no lastimarse.
Obstáculos y nuevas ideas
Más adelante, Tina llegó a un charco grande y profundo. No sabía nadar muy bien, pero quería seguir. Vio una fila de piedras y decidió avanzar saltando de una en una. Al principio, le costó, pero con cada salto se sentía más segura.
—¡Puedo hacerlo! —se animó a sí misma.
Cuando llegó al otro lado, se sintió orgullosa. Cada paso, aunque lento, la llevaba más cerca de su meta.
Un momento de cansancio
El sol ya estaba alto y Tina empezó a sentirse cansada. Sus patas dolían y su pancita sonaba de hambre. Pensó en regresar a casa, pero recordó la flor dorada y la promesa que se hizo: no rendirse.
—Si descanso un poco, podré seguir —dijo Tina y se tumbó bajo la sombra de una gran hoja.
Después de dormir un ratito y comer unas frutas, Tina se sintió mejor. Se levantó, estiró las patas y siguió su camino.
El corazón de la selva
Finalmente, Tina llegó a un lugar donde los árboles eran tan altos que casi tocaban el cielo. Todo estaba lleno de luz y colores. En el centro, vio una flor dorada, brillante como el sol.
Tina se acercó emocionada, pero notó que la flor estaba cerrada. Esperó un rato, pero no pasaba nada. Se sintió un poco triste, pero no se fue. En vez de rendirse, decidió regar la flor con agua de una hoja y cantarle una canción suave.
De pronto, la flor comenzó a abrirse, despacito. Tina sonrió y sus ojos brillaron de alegría.
—¡Lo logré! —gritó feliz.
Compartiendo el logro
Tina regresó a casa y les contó a todos su aventura. Luli la mariposa, los monos y las ranas la escucharon asombrados.
—¡Eres una gran exploradora, Tina! —dijeron todos.
Tina les mostró una semilla que había traído de la flor dorada y juntos la plantaron cerca del río. Así, todos podrían ver crecer una nueva flor y recordar que la perseverancia siempre da frutos.
Moraleja:
Si no te rindes y sigues intentándolo, puedes lograr cosas maravillosas. La perseverancia te ayuda a llegar lejos, paso a paso y con una sonrisa.