Conejito Brincos y la Gran Trapatiesta de las Flores
En un bosque muy colorido, donde el sol dibujaba rayos dorados entre los árboles y las flores cantaban al abrirse, vivía un conejito llamado Brincos. Brincos era pequeñito, de orejas largas y un suave pelaje blanco. Le encantaba saltar y hacer travesuras, pero siempre tenía un buen corazón.
Un día, mientras jugaba entre las margaritas y las mariposas, Brincos pensó que sería divertido armar una carrera. Corrió, saltó y zigzagueó por el prado. Atravesó un charco salpicando a la tortuga Tina, que tomaba el sol tranquila. Sin querer, pisó el jardín de flores que cuidaba la ratoncita Lía y dejó pétalos esparcidos por todo el bosque. Hasta el pequeño topo Nico, que construía su casita de tierra, vio cómo Brincos derribaba su montículo con un brinco gigante.
Todos los animalitos miraron sorprendidos a Brincos.
—¡Oh, no! ¡Mira lo que has hecho! —exclamó Tina, sacudiendo sus patitas mojadas.
—Mis flores… estaban tan bonitas —susurró Lía, un poco triste.
—Mi casita… ahora tendré que empezar de nuevo —dijo Nico, suspirando.
Brincos se detuvo y miró alrededor. Vio el charco sucio, las flores desordenadas y la casa destruida. Por un momento, sintió pena. No había querido hacer daño a sus amigos.
—Perdón —dijo Brincos bajito—. Sólo quería jugar y me olvidé de tener cuidado.
Tina, Lía y Nico guardaron silencio. No sabían si aceptar la disculpa.
Brincos pensó un poco y tuvo una gran idea. Rápido como el viento, fue al arroyo, llenó una concha con agua fresca y volvió con Tina para limpiar sus patitas. Luego, recogió los pétalos y ayudó a Lía a plantar de nuevo las flores, dejando el jardín más colorido que antes. Por último, juntó tierra y ramas, y con paciencia ayudó a Nico a reconstruir su casita.
Cuando terminaron, todos los amigos estaban sonriendo. El jardín brillaba, la casa de Nico era aún más acogedora, y Tina lucía sus patitas relucientes.
—Gracias, Brincos —dijo Nico con una sonrisa.
—¡Mi jardín nunca estuvo tan bonito! —exclamó Lía saltando alegre.
—Y yo me divertí mucho ayudando juntos —agregó Tina.
Brincos se sintió feliz. Aprendió que, aunque a veces nos equivocamos, lo mejor es pedir disculpas y reparar el daño. Así, todos volvieron a jugar juntos en el bosque, aún más unidos que antes.
Moraleja
Siempre es importante pedir perdón cuando cometemos un error y ayudar a reparar el daño. Así, los amigos pueden confiar y estar felices juntos.