Clotilde y El Misterio de los Huevos Saltarines
En la Granja de los Mil Colores, todos los animales podían hablar. Pero nadie hablaba tanto ni tan fuerte como Clotilde, la gallina más valiente y divertida que jamás hayas conocido. Tenía plumas rojas brillantes, un pico amarillo como el sol y unas ganas enormes de aventuras.
Clotilde vivía en un gallinero con sus amigas, las otras gallinas. Pero ella era diferente: siempre buscaba misterios que resolver y juegos nuevos para inventar. En la granja, además de gallinas, había vacas que contaban chistes, patos que bailaban y un cerdo mago que hacía aparecer zanahorias de la nada.
Una mañana soleada, Clotilde se despertó con un ruido extraño: ¡PLOP! ¡PLOP! ¡PLOP! Al mirar bajo su ala, vio que sus huevos estaban saltando por todo el gallinero como si fueran pelotas de goma.
—¡Por todas mis plumas! ¡Esto sí que es extraordinario! —exclamó Clotilde, con los ojos como platos—. ¡Tengo que descubrir qué está pasando!
Saliendo del gallinero, Clotilde corrió a buscar a Don Tomate, el sabio espantapájaros, que siempre tenía buenos consejos.
—Don Tomate, ¡mis huevos están saltando por todos lados! ¿Será magia?
—Hmm, Clotilde, en la Granja de los Mil Colores todo es posible, pero recuerda: a veces lo más extraño tiene una explicación sencilla —dijo el espantapájaros, guiñando un ojo.
Clotilde pensó y pensó. Decidió investigar. Visitó a la vaca Margarita, que siempre estaba enterada de los últimos chismes de la granja.
—Margarita, ¿has visto algo raro en el gallinero?
—Pues… ayer vi a Patón, el pato bromista, cerca de tu nido —respondió Margarita, masticando un poco de heno.
—¡Hmm! ¡Eso me da una pista! —dijo Clotilde, batiendo sus alas con energía.
Clotilde fue al estanque y encontró a Patón, que estaba practicando pasos de claqué sobre una hoja enorme.
—¡Patón! ¿Tienes algo que ver con mis huevos saltarines?
Patón puso cara de sorprendido, pero sus patas temblaban un poco.
—¿Yo? ¡No, para nada! Yo solo bailaba aquí —dijo, evitando mirar a Clotilde.
Clotilde pensó que Patón no estaba diciendo la verdad. Así que decidió vigilar el gallinero esa noche, escondida entre las pajas.
Cuando todos dormían, Clotilde vio a Patón entrar al gallinero con una caja misteriosa. Sacó unos polvos brillantes y los esparció sobre los huevos de Clotilde.
¡Eso explicaba todo! Los polvos mágicos hacían que los huevos saltaran por sí solos.
A la mañana siguiente, Clotilde fue a buscar a Patón.
—Patón, te vi anoche en el gallinero. Sé que usaste polvos mágicos en mis huevos. ¿Por qué lo hiciste?
Patón bajó la cabeza, muy avergonzado.
—Lo siento, Clotilde. Solo quería hacer una broma divertida, pero no pensé que te preocuparías tanto. Ahora veo que no fue una buena idea mentir.
Clotilde lo miró con una sonrisa suave.
—Todos nos equivocamos a veces, Patón. Pero es importante decir la verdad. Si me hubieras contado, podríamos haber hecho la broma juntos y reído todos. Cuando decimos la verdad, nos sentimos mejor y los amigos confían en nosotros.
Patón asintió, aliviado de poder contar la verdad.
—¡Tienes razón, Clotilde! A partir de ahora, seré honesto, aunque tenga miedo de meterme en líos.
Esa tarde, Patón y Clotilde reunieron a todos los animales de la granja y contaron lo que había pasado. Todos rieron mucho con la historia de los huevos saltarines. Desde entonces, las bromas en la granja siempre eran con permiso y, sobre todo, con mucha honestidad.
Y así, Clotilde no solo resolvió el misterio, sino que enseñó a todos una gran lección: la verdad, aunque a veces asuste, siempre es el mejor camino.
Moraleja:
Ser honesto y decir la verdad nos hace mejores amigos y nos ayuda a resolver los problemas juntos.