Draco y la Montaña de los Cristales Brillantes

Draco y la Montaña de los Cristales Brillantes

Draco y la Montaña de los Cristales Brillantes

Había una vez un pequeño dragón llamado Draco. Draco no era como los demás dragones de su familia. Mientras sus hermanos eran grandes, con escamas muy duras y rugidos fuertes, Draco era pequeñito, de escamas suaves y, sobre todo, muy amistoso.

Draco vivía en la Montaña de los Cristales Brillantes, un lugar misterioso y lleno de magia. En esa montaña, las cuevas escondían cristales de todos los colores y los árboles crecían tan altos que parecían tocar las nubes.

A Draco le encantaba explorar. Un día, decidió adentrarse en una de las cuevas más profundas de la montaña. Su cola se movía de un lado a otro, iluminando el camino con su luz suave, porque Draco tenía un secreto: podía hacer que la punta de su cola brillara como una linterna.

Mientras avanzaba, escuchó un suave susurro:

—¿Quién anda ahí?

Draco se detuvo y miró a su alrededor. De entre las sombras, apareció una pequeña criatura, parecida a un ratón, pero con alas transparentes como el cristal.

—¡Hola! Me llamo Draco. ¿Quién eres tú?

La criatura se acercó con timidez.

—Me llamo Lila. Vivo aquí, pero tengo miedo de los dragones grandes. Ellos nunca escuchan y a veces rompen los cristales sin querer.

Draco sonrió mostrando sus dientes pequeñitos.

—No tienes que tener miedo de mí. Yo soy diferente. Me gusta hacer amigos y cuidar la montaña.

Lila lo miró sorprendida. Nadie le había hablado así antes. Juntos siguieron explorando. Draco le mostró cómo su cola podía iluminar los rincones más oscuros y Lila le enseñó a escuchar los suaves sonidos de los cristales cuando el viento pasaba por ellos.

En su paseo, escucharon risas y pasos pesados. Eran los hermanos de Draco, jugando a lanzar piedras y a asustar a las criaturas pequeñas.

—¡Draco! —gritaron—. Ven a jugar con nosotros.

Draco miró a Lila. Ella estaba asustada y se escondió detrás de una roca.

—No quiero que Lila tenga miedo —dijo Draco—. ¿Podemos jugar sin asustar a nadie?

Sus hermanos se miraron entre ellos. Al principio, no entendían por qué Draco era tan amable con una criatura tan distinta.

—¿Por qué quieres estar con ella? Es muy diferente a nosotros —dijo uno de los dragones.

Draco pensó un momento y contestó:

—Porque ser diferentes es lo que hace que la montaña sea un lugar especial. Si todos fuéramos iguales, ¡sería muy aburrido! Además, Lila sabe muchas cosas que nosotros no sabemos.

Lila, al ver que Draco la defendía, se animó a salir de su escondite.

—Puedo enseñarles a escuchar la música de los cristales. Pero debemos caminar despacio y no hacer ruido.

Los hermanos de Draco aceptaron el reto. Caminaron en silencio, y por primera vez, escucharon el tintineo mágico de los cristales moviéndose con el viento. El sonido era tan bonito que todos se quedaron con la boca abierta.

—¡Qué increíble! —dijeron los dragones.

Lila sonrió.

—Hay muchas cosas hermosas en la montaña si aprendemos a cuidarlas y a respetar a los que son diferentes.

Desde ese día, los dragones y las criaturas de la montaña empezaron a jugar juntos. Descubrieron que, aunque eran distintos, podían aprender mucho unos de otros. Draco se sentía feliz porque había hecho una nueva amiga y, además, había enseñado a sus hermanos la importancia de respetar las diferencias.

Pasaron los días y la montaña se volvió un lugar aún más especial. Los dragones ayudaban a cuidar los cristales y las criaturas pequeñas los guiaban por senderos secretos llenos de flores y colores.

Un día, Draco reunió a todos y les dijo:

—Hoy aprendimos que la amistad y el respeto nos hacen más fuertes y felices. No importa si somos grandes o pequeños, de escamas o de alas, cada uno tiene algo especial para compartir.

Todos aplaudieron y, desde entonces, la Montaña de los Cristales Brillantes fue conocida como el hogar donde la amistad y el respeto a las diferencias brillaban tanto como los cristales en sus cuevas.

Moraleja

La verdadera amistad se encuentra cuando aprendemos a respetar y valorar las diferencias de los demás.

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