El Jardín Secreto de Pincho: Un Erizo Valiente
Había una vez, en un rincón muy escondido del bosque, un jardín secreto. Allí crecían miles de flores de colores, setos altos como castillos y pequeños túneles hechos por raíces y hojitas. Entre ellos, vivía Pincho, un erizo pequeñito, de púas suaves y ojos grandes y brillantes.
Pincho era muy tímido. Le gustaba observar las mariposas y escuchar el canto de los grillos, pero siempre desde su esquinita, bien escondido. Cuando algún animalito se acercaba, Pincho se hacía bolita y se quedaba muy quietecito, esperando que nadie lo notara.
Un soleado día de primavera, Pincho asomó su naricita fuera de su casita de hojas. Olió el perfume de las flores y sintió ganas de explorar. Caminó despacito entre los setos y vio un túnel nuevo que no había visto antes. Al final del túnel, escuchó unas voces suaves y alegres.
—¡Hola! —saludó una voz dulce.
Pincho se asustó un poco y quiso esconderse, pero la curiosidad fue más fuerte. Se acercó despacito y, tras unas ramas, vio a Lila la conejita y Bruno el ratón jugando con pétalos de rosa.
—¿Quieres jugar con nosotros? —preguntó Lila, moviendo sus orejas largas.
Pincho no supo qué decir. Sus mejillas se pusieron rosadas y su barriguita hizo cosquillas. Quería decir sí, pero las palabras no salían. Bruno, que era muy amable, le ofreció un pétalo gigante.
—Puedes usarlo como barquito en el charco —dijo Bruno, sonriendo.
Pincho miró el pétalo, luego a Lila y a Bruno. Sintió un calorcito en el corazón. Quizá, solo quizá, podría intentarlo. Dio un pasito adelante y tomó el pétalo con sus patitas.
—M-m-me llamo Pincho —susurró.
Lila y Bruno aplaudieron. —¡Qué nombre tan bonito! —dijeron juntos.
Los tres fueron al charquito del jardín y pusieron los pétalos a flotar. Se reían y se empujaban suavemente. Pincho empezó a olvidar su miedo. Se sintió feliz porque nadie se burlaba de él y todos compartían.
De repente, una abeja muy grande se acercó volando. Zumbaba fuerte y parecía molesta. Los tres amiguitos se asustaron. Lila y Bruno se escondieron detrás de Pincho. Pincho, aunque temblaba de miedo, recordó que las abejas solo buscan flores.
—¡M-m-mira! —le dijo a la abeja con voz temblorosa—. Aquí hay muchas flores, puedes elegir la que más te guste.
La abeja, al ver que Pincho hablaba con cariño, dejó de zumbar y voló hacia una flor amarilla. Pincho miró a sus amigos. Lila le dio un abrazo y Bruno le chocó la patita.
—¡Fuiste muy valiente, Pincho! —dijo Lila.
Pincho sonrió. Por primera vez, sintió que no necesitaba esconderse. Entendió que podía ser tímido y aún así tener amigos y ayudar a los demás.
El sol empezó a esconderse y los tres amigos se sentaron bajo un gran seto. Hablaron de aventuras, de sueños y de lo divertido que era jugar juntos.
—Gracias por dejarme estar con ustedes —dijo Pincho.
—¡Siempre serás nuestro amigo! —contestaron Lila y Bruno.
Esa noche, cuando Pincho volvió a su casita, pensó en todo lo que había vivido. Descubrió que la amistad es como un jardín: crece y florece cuando compartimos, nos ayudamos y nos atrevemos a salir de nuestra esquinita.
Desde aquel día, Pincho jugó todos los días con sus nuevos amigos. Aprendió que aunque al principio daba miedo, atreverse a hablar y compartir puede traer cosas maravillosas.
Y así, en el jardín secreto, Pincho dejó de ser solo un erizo tímido y se convirtió en un valiente amigo para todos.
Moraleja: No importa si eres tímido. Si te atreves a dar un pequeño paso, puedes encontrar grandes amigos y vivir aventuras inolvidables.