Tina la tortuga y el estanque de la paciencia

Tina la tortuga y el estanque de la paciencia

Tina la tortuga y el estanque de la paciencia

Había una vez, en lo más verde de un gran bosque, un estanque reluciente rodeado de flores de todos los colores. Los nenúfares flotaban tranquilos y los sapos saltaban de hoja en hoja jugando a las escondidas. En ese lugar tan bonito vivía Tina, una tortuga de caparazón brillante y ojos sabios, conocida por todos como la tortuga más paciente y sabia del estanque.

Tina siempre se movía despacio. Cuando el viento soplaba fuerte, ella se escondía bajo su caparazón y esperaba a que pasara la tormenta. Cuando los demás se apuraban a cruzar el estanque, Tina avanzaba con calma, disfrutando de cada paso.

Un día, llegó al estanque una rana llamada Rico. Rico era joven y muy inquieto. Saltaba de un lado a otro y quería hacer todo muy rápido. Se acercó a Tina y le dijo:

—¡Hola, Tina! ¿Por qué eres tan lenta? Si fueras más rápida, podrías ganar todos los juegos y ver más cosas.

Tina sonrió y respondió:

—Hola, Rico. Me gusta ir despacio. Así puedo ver las flores, escuchar a los pájaros y nunca me pierdo nada importante.

Rico se rio y propuso un reto:

—Apuesto a que puedo dar la vuelta al estanque tres veces antes de que tú termines una.

Los sapos escucharon el desafío y empezaron a saltar de emoción. ¡Sería una gran carrera! Todos los animales del estanque se acercaron para ver.

Tina aceptó el reto con una sonrisa tranquila.

—Está bien, Rico. Pero recuerda, cada uno tiene su propio ritmo.

Los sapos marcaron la línea de salida usando pétalos de flor. A la cuenta de tres, Rico salió disparado. Saltaba tan rápido que casi parecía volar. Tina comenzó a caminar, paso a paso, moviendo sus patitas con calma.

Rico dio la primera vuelta en un abrir y cerrar de ojos. Tina apenas había llegado a la mitad del camino. Los sapos aplaudían a Rico, pero Tina seguía sonriendo y avanzando, sin preocuparse.

En la segunda vuelta, Rico quiso ir aún más rápido. Pero, de tanto saltar, no miró por dónde iba y resbaló en un nenúfar. ¡Splash! Cayó al agua y salió empapado y un poco cansado.

Mientras tanto, Tina seguía su camino. Caminaba firme y miraba las flores, saludaba a las mariposas y sonreía a los sapos que la animaban.

Rico, aunque mojado, no se rindió y siguió saltando, pero ahora se cansaba más. La tercera vuelta se le hizo muy difícil. Sus saltos eran más cortos y a veces tropezaba con alguna rama o piedra.

Tina, en cambio, seguía igual. Paso a paso, sin detenerse, sin correr. Cuando llegó al final de la vuelta, todos los animales se dieron cuenta de algo importante: aunque Rico había empezado muy rápido, Tina había terminado su vuelta sin detenerse ni una sola vez.

Los sapos comenzaron a aplaudir a Tina. Rico, aunque cansado, se acercó a ella y le dijo:

—Tina, pensé que ser rápido era lo mejor. Pero veo que ser paciente y constante también es muy importante. No me había dado cuenta de todas las cosas lindas que hay en el estanque.

Tina le puso una pata sobre el hombro y le dijo:

—Cada uno tiene su propio ritmo, Rico. A veces, ir despacio y ser paciente nos permite llegar lejos y disfrutar del camino.

Desde ese día, Rico aprendió a detenerse de vez en cuando. Jugaba y saltaba, pero también se sentaba junto a Tina para ver las flores, escuchar a los pájaros y contar historias junto al estanque.

Y así, en el estanque rodeado de flores y nenúfares, Tina la tortuga enseñó a todos que la paciencia y la perseverancia son tan importantes como la rapidez. Porque a veces, lo mejor de la vida está en el camino, no en la meta.

Moraleja:

La paciencia y la perseverancia nos ayudan a llegar lejos y a disfrutar de todo lo que nos rodea. No siempre hay que correr para ganar, a veces, lo mejor es disfrutar el paseo.

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